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Compañeros (Brynn x Cait)

Este verano, la maravillosa África Vázquez Beltrán (si aún no habéis leído sus novelas, no sabemos a qué estáis esperando, puedes conocerlas en el enlace de ahí arriba, pinchando en su nombre) nos hizo este maravilloso regalo y nosotros no podemos evitar compartirlo con vosotros, porque es tan genial como su autora.

¡Mil gracias, África!

Y, ahora, sin más, porque el fic es tan guay que pocos comentarios podemos hacer, aquí os lo dejamos. Esperamos que os guste porque a nosotros nos encanta! ¡Y no tiene spoilers!

Ha llamado al agente Cait. No al capitán Morgensett ni a las Brigadas de Intervención Especial. Al agente Cait. Le ha llevado semanas tomar la decisión y todavía no tiene muy claro por qué lo ha hecho. Quizá es que todavía siente la investigación un poco de ambos. O quizá es que la acusación de Archen le ha parecido demasiado… oportuna.

—¿Cree que es verdad?

Cait se ha presentado en la Casa de la Guardia en menos de treinta minutos y, tras conocer lo sucedido, le ha invitado a dar un paseo.

—¿Que si es verdad? —Brynn camina un trecho en silencio, concentrado en esquivar a los transeúntes que a estas horas atestan las calles. Le parece que al agente Cait le cuesta seguir su ritmo—. Por lo menos parece coherente con lo que sabíamos de… ¿Se encuentra bien?

Cait no responde. Avanzan por el Paseo de Pralín, flanqueado por elegantes palacetes adosados. Son todos distintos y atraen irremediablemente todas las miradas: aquí, una fachada de piedra blanca que simula las olas del mar; allá, una tribuna cubierta con cristales de colores; una columna que se ramifica como si fuera un árbol; balcones de hierro forjado con formas imposibles. La nobleza más rancia solía competir por demostrar quién tenía la vivienda más lujosa y a la moda, pero ahora la mayoría pertenecen a tiendas y oficinas.

Pero Brynn no está mirando los edificios, sino a Cait, cuyos ojos han adquirido un brillo vidrioso.

—¿Se encuentra bien? —repite Brynn con una mueca.

—¿Qué le hace pensar lo contrario, detective?

Por toda respuesta, Brynn le agarra del brazo y le obliga a girarse. Entonces ve que, tal y como sospechaba, las mejillas del agente Cait han adquirido un vivo color rosado.

—¿Por qué no me ha dicho que estaba enfermo? Su pregunta suena más brusca de lo que pretendía. El agente tiene los labios fruncidos, el germen de una sonrisa. A su alrededor, la gente continúa con su trajín cotidiano.

—Me necesitaba, ¿no es cierto?

Brynn siente algo extraño dentro del estómago. Una ligera incomodidad que no sabe identificar, pero le recuerda a la sensación de sentirse observado.

—¿Ha usado Aura conmigo?

—No necesito usar Aura para leerle, detective. —Cait se zafa de él con suavidad y reanuda la marcha—. Vamos. Me gustaría enseñarle una cosa.

Cait lo guía con paso decidido y, como Brynn se ha perdido hace rato, no protesta. Entran a un portal cochambroso. La pintura de las paredes, de un amarillo desvaído, se cae a trizas y algunas de las baldosas del suelo están rotas.

—¿Qué es esto, agente?

Pero Cait no responde. Se dirige hacia una escalera que hay al fondo y sube los peldaños de dos en dos. Brynn se apresura para no perder el ritmo. Entonces choca con el agente Cait. Los dos están a punto de precipitarse escaleras abajo, pero Brynn se las arregla para sujetar a su compañero y apoyarse en la pared al mismo tiempo. Durante unos segundos, los dos se quedan quietos, pegados el uno al otro, y lo único que se oye en el rellano es la respiración alterada de Cait.

—¿Va a seguir diciendo que no está enfermo? —gruñe Brynn.

—Iba a… Quería enseñarle… Da igual. —Cait parpadea y entonces Brynn se da cuenta de que sigue rodeándolo con los brazos y lo suelta—. Por allí.

Terminan de subir las escaleras y el agente Cait se dirige hacia una pequeña puerta de madera oscura. No tiene adornos ni nada que parezca identificarla, sólo una cerradura de hierro negro. Cait saca de su bolsillo una llave del mismo metal y la hace girar en ella. A Brynn le sorprende encontrar un diminuto apartamento. Al contrario que el resto del edificio, es un lugar pulcro y ordenado.

—¿Vive aquí, agente?

—Sólo… algunas veces.

Brynn se quita el sombrero y la gabardina. O lo intenta. Porque está a medio camino del perchero —que, por cierto, tiene forma de cisne y le parece verdaderamente espantoso— cuando el agente Cait se desploma en el suelo. El detective suelta una maldición y se agacha para recogerlo. Sus gestos son cualquier cosa menos delicados, pero se siente aliviado al comprobar que Cait sigue consciente. Más o menos.

—Detective… —murmura. —Tiene usted unas fiebres de caballo. —Brynn intenta ayudar a Cait a tenerse en pie, pero no lo consigue y vuelve a maldecir sonoramente—. ¿Por qué ha salido de su casa, hombre?

—Se lo he dicho. —El agente sonríe como antes, como si conociese un secreto sobre Byrnn que no está dispuesto a compartir con él—. Me necesitaba.

Parece a punto de perder el equilibrio otra vez. Reprimiendo una tercera maldición, Brynn se agacha y lo coge en brazos. Pesa poco, en realidad.

—¿Dónde está su habitación?

—¿Es una proposición, detective?

—¿Quiere que lo tire por la ventana, agente? La sonrisa de Cait tiembla ligeramente. El condenado parece estar aguantándose la risa, pero hace un gesto vago hacia el pasillo. Brynn carga con él hasta una pequeña habitación y lo deposita —con poco cuidado— en una cama doble.

—¿Quiere que llame a un médico? —pregunta al ver que Cait se hunde en los almohadones.

—Quiero que me quite el abrigo y los zapatos, detective, si es tan amable. —Si no fuese porque tiene cara de estar realmente enfermo, Brynn pensaría que está jugando con él—. Empiezo a sudar.

A su pesar, Brynn hace lo que le pide. Deja el abrigo y los zapatos arrinconados y luego le quita también la chaqueta.

—¿Algo más? —murmura con desgana. La verdad es que hace calor en esa habitación. La única ventana es minúscula y duda que deje pasar una sola brizna de aire, pero camina hacia ella de todas maneras para abrirla de par en par.

—La camisa, por favor.

Brynn se gira y ve que el agente Cait ha cerrado los ojos. Su respiración continúa siendo irregular y tiene la camisa pegada a la piel por culpa del sudor. Con un suspiro, el detective se sienta al borde de la cama y empieza a pelearse con los botones. ¿Por qué hay tantos? Intenta por todos los medios no mirar a Cait, que ha vuelto a abrir los ojos, pero sabe que toda la atención del agente está puesta en él.

—No haga ni un solo comentario, ¿entendido?

—No iba a hacerlo, detective.

Brynn entorna los ojos. El último botón ha cedido y la camisa ya está deslizándose por los hombros del agente Cait, revelando la curva de su cuello. El detective traga saliva sin darse cuenta.

—No se me da bien atender enfermos —dice impulsivamente.

Enseguida se arrepiente, pero Cait está sonriendo otra vez.

—No le he pedido que me atendiese. —El agente se incorpora con dificultad. Brynn se inclina hacia él temiendo que pierda el equilibrio y Cait aprovecha ese momento de debilidad para aferrarse a su chaqueta—. Le resulto insoportable, ¿no es cierto?

Se ha acercado tanto a Brynn que su respiración le acaricia los labios. Y el detective no está familiarizado con las caricias, precisamente. El calor que hace en la habitación parece haberse propagado por su rostro, pero no mueve un músculo mientras Cait le observa. Entonces se da cuenta de que el agente está esperando su respuesta.

—No, agente. —Habla en voz baja sin saber por qué—. No diré que me agrade su compañía, pero puedo tolerarla.

Cait ríe y el calor se extiende hasta el pecho de Brynn. Una parte de él quiere alejarse de esa cama, pero no consigue moverse. No puede evitar fijarse en el rostro del agente, en las pequeñas arrugas que se le forman alrededor de los ojos cuando sonríe, en el aspecto suave de los labios.

—No lo dirá… —Los dedos de Cait estrujan la chaqueta de Brynn—. No esperaba que lo dijese, detective. Créame. Apenas ha terminado de pronunciar esas palabras cuando su mirada desciende. A Brynn, cuya mente nunca parece dejar de funcionar, le cuesta unos segundos asimilar que el agente Cait está mirándole los labios. A él. Como si fuesen los protagonistas de una dichosa orbenovela—. ¿Le pongo nervioso, detective?

—Creo que la fiebre le está haciendo delirar. —Ahora sí, Brynn hace ademán de retirarse, pero algo se lo impide—. ¿Se puede saber por qué sonríe ahora?

—Porque voy a hacerlo.

—¿Que va a…?

No llega a formular la pregunta: antes de que pueda hacerlo, el agente Cait estira el cuello para posar la boca en sus labios. El beso, si es que puede llamarse así, dura escasos segundos. Brynn parpadea confundido y luego resopla:

—¿Qué demonios acaba de hacer? Le tiembla la voz más de lo que le gustaría.

—Besarle, detective. —Los dedos del agente Cait resbalan de su chaqueta y su espalda se hunde en los almohadones—. Se lo he advertido.

—Maldito sea, no me ha dicho que… ¿Por qué demonios lo ha hecho? —Él no tiene fiebre, pero también está sudando—. ¿Siempre hace tanto calor aquí?

—Detective. —Cait le dirige una mirada vidriosa desde la cama—. ¿Le ha gustado?

Que si le ha gustado. Le pregunta que si le ha gustado. El beso. Otra vez están en la dichosa orbenovela y Brynn no sabe dónde meterse.

—¿Cómo quiere que lo sepa? Ha sido muy rápido. —Entonces se da cuenta de que sus palabras podrían malinterpretarse—. ¿Por qué lo ha hecho, hombre?

El agente Cait sonríe.

—Lo he hecho porque tenía ganas.

Todo el calor que hacía en la habitación parece concentrarse de golpe en las mejillas de Brynn, que vuelve a sentarse al borde de la cama y se pasa las manos por el rostro para despejarse. No lo consigue.

—Está nervioso —dice Cait incorporándose. Su cara queda muy cerca de la de Brynn, demasiado cerca como para que él pueda concentrarse en cualquier cosa que no sean los dichosos labios de ese hombre—. ¿Le han dicho alguna vez que es adorable?

—Se está burlando de mí. —Brynn se queda rígido, pero no es capaz de apartarse.

—No. —Cait extiende una mano temblorosa hacia él—. Hablo muy en serio.

Sus dedos largos se posan en la nuca del detective, que sigue sin moverse de dónde está. Permanece en tensión, aunque no como cuando está llevando a cabo una misión peligrosa. Esa tensión es distinta, distinta y turbadora. Y más agradable de lo que le convendría.

Cait sonríe. Y esta vez es Brynn el que se inclina hacia delante para probar sus labios de nuevo.

Primero lo hace con cautela; luego Cait suspira y Brynn siente que el calor de su cuerpo se desplaza desde el rostro hacia un lugar notablemente más incómodo. Ansioso y turbado a partes iguales, con la respiración alterada y el corazón latiendo con fuerza, rodea la cintura del agente Cait con un brazo y sus besos se vuelven más exigentes.

Hasta que se da cuenta de lo que está haciendo y se aparta de golpe.

—Demonios —farfulla—. Lo lamento, no sé qué me ha pasado…

Pero el agente Cait no le deja terminar: vuelve a aferrar su chaqueta, ahora con decisión, y tira de él hasta que los dos ruedan por la cama.

El detective Brynn empieza a marearse de la impresión. Trata de decir algo, pero, cada vez que abre los labios, Cait se las arregla para enredarlo en un beso más ardiente que el anterior.

—Es…pere —jadea apoyando las manos en el colchón—. Usted… ¿Seguro que esto es lo que quiere?

El agente Cait toma su mano y, por un momento, Brynn cree que va a soltarle un discurso digno de un actor korués. Pero lo que hace es llevarla a su entrepierna.

—Fíjese si quiero —dice en voz baja—. Y juraría que usted también.

—¿Es que no tiene vergüenza? —A su pesar, a Brynn le tiembla la voz.

—No. —Cait suelta su mano y se aparta de él. Sigue teniendo el rostro encendido y los ojos brillantes—. Pero quizá me haya excedido, detective. Si he malinterpretado sus señales, le ofrezco mis más humildes disculpas.

—No ha malinterpretado nada, maldito: me ha llevado justo por donde quería. Y tiene de humilde lo que yo de bailarina exótica. —El detective Brynn traga saliva y vuelve a inclinarse hacia delante—. Venga aquí…

Vuelve a rodear el cuerpo del agente Cait con sus brazos, esta vez sin disimular su impaciencia, y comienza a devorar sus labios y su cuello. Cait gime por lo bajo y se retuerce, y Brynn no sabe si maldecirlo a él por ser un liante o a sí mismo por dejarse llevar de ese modo. Sólo sabe que, para cuando quiere darse cuenta, está dejándole un reguero de besos por el pecho desnudo.

¿Va a hacerlo, entonces? ¿Va a acostarse con el condenado agente Cait?

—Detec…tive… —Él tiene los ojos entrecerrados y los labios entreabiertos—. ¿Ha estado…, ya sabe…, con otros hombres?

—¿Qué clase de pregunta es esa? —gruñe Brynn. Cait esboza una tibia sonrisa y se incorpora sobre los codos.

—Lo suponía. Le gustará, se lo aseguro. —Le pone la mano en la nuca para atraerlo hacia sí—. Sólo le pido que no sea brusco…

—¿Me toma por un animal? —Sus palabras son bruscas, pero es cuidadoso cuando acaricia las piernas del ag… De Cait. Eso es, acaricia las piernas de Cait. Con cuidado. No puede comportarse como una bestia, por muchas ganas que tenga de…

Una sonrisa baila en los labios de Cait cuando vuelve a hundirse en el colchón.

—¿Va a gruñirme incluso cuando estemos en la cama, detective? —pregunta con los ojos brillantes, quizá por la fiebre o quizá porque le encanta atormentar a Brynn.

Él sacude la cabeza. Y Cait empieza a darle instrucciones en voz baja; y, por primera vez, Brynn obedece sin refunfuñar; y, cuando siente el roce ardiente de su piel, cuando sus cuerpos se unen deliciosamente, su mente se nubla y olvida el caso, las preocupaciones que no le dejaban dormir, el peligro que acecha. Nada parece tan importante como para meterse con ellos entre esas sábanas.

Los besos le dejan sin aliento. Y puede que, después de todo, sea un poco brusco cuando empuja, cuando aprieta, cuando muerde hasta dejar marcas rosadas sobre la piel pálida.

Pero Cait no deja de repetirle que quiere más, y Brynn no va a negarle nada a un enfermo. O eso es lo que se dice a sí mismo.

No sabe cuánto tiempo ha pasado cuando se encuentra tumbado boca arriba, cubierto de sudor y con las sábanas enredadas alrededor del cuerpo. Tembloroso y satisfecho, Cait le abraza la cintura y le apoya la mejilla en el pecho.

—Huele bien, detective —murmura bostezando.

—Ahora mismo, lo dudo. —Brynn cierra los ojos y pone su mano en la cabeza de Cait—. ¿Prefiere… que me vaya?

Durante unos segundos, Cait no dice nada. Luego Brynn oye de nuevo su risa.

Pero el muy canalla no responde: sólo lo estrecha con más fuerza. Y así se quedan los dos, abrazados, mientras la sombra alargada de los fantasmas del pasado se cierne sobre ellos sin que lo sepan.